El desafío es desarrollar entornos tecnológicos ‘amigables’, que no aíslen del mundo y que ayuden a superar la soledad no deseada.
La pandemia de la COVID-19 que estamos padeciendo ha puesto sobre la palestra problemas y déficits de nuestras sociedades. Unas semanas de aislamiento forzoso han sacado a flote uno de los grandes males de nuestro tiempo: la soledad no deseada. Entre el 11 de marzo y el 11 de mayo los bomberos de Madrid han encontrado a 62 ancianos fallecidos en sus casas durante el confinamiento. La muerte en soledad, el aislamiento social y la soledad no deseada son una nueva pandemia silenciosa del primer mundo, que afecta a una de cada cuatro personas en países industrializados
Se define la soledad impuesta o no deseada (loneliness) como una sensación subjetiva de discrepancia entre las relaciones sociales que tiene una persona y las que querría tener, que produce sufrimiento, miedo, angustia o tristeza. Esta soledad no deseada combina la experiencia de carencia en la cantidad y calidad de los vínculos con otras personas (desconexión emocional) con el aislamiento social y la carencia de redes sociales en el entorno próximo (no se trata de un simple problema individual, sino que está en relación con el modo en que se organiza nuestra sociedad).
Pero también esta pandemia y el confinamiento adoptado para abordarla han favorecido el uso de la tecnología para que el distanciamiento físico necesario no acabara convirtiéndose en un distanciamiento social, bien entendido (como hizo la OMS al abandonar la denominación “distancia social”) que la conexión social —aún la no directa sino mediada por las TIC— es crucial para la salud física y mental.
De este modo, se reabre con fuerza la cuestión de si la tecnología es una aliada contra la soledad no deseada o por el contrario fomenta el aislamiento y el sentimiento de soledad. Hay estudios contrapuestos que dependen, además, de la edad de los concernidos. Por un lado, una investigación de la Universidad de Pennsylvania documentó que los jóvenes entre 18 y 22 años que acortaban su tiempo en redes sociales reducían sus sentimientos de soledad. El uso de tres o más horas diarias en dispositivos electrónicos aumenta un 27% el riesgo de depresión en los adolescentes. Por otro lado, estudios sobre personas mayores en USA o Reino Unido muestran que el uso de tecnologías como e-mail, redes sociales, servicios de video online o mensajería instantánea está relacionado con niveles más bajos de soledad, enfermedad crónica y síntomas depresivos.
La pregunta crucial es si la tecnología genera ‘comunidad’, una característica esencial de nuestra existencia como humanos.
La pregunta crucial es si la tecnología contribuye a la participación en la vida comunal, si genera “comunidad”, una de las características esenciales de nuestra existencia como humanos y cuya privación constituye una clara injusticia social.
Recientemente, el filósofo Byung-Chul Han (La desaparición de los rituales, 2020) ha afirmado que la hipercomunicación no trae consigo más vinculación y más cercanía sino todo lo contrario, aislamiento y soledad (“comunicación sin comunidad”).
Sin embargo, investigadores como Khosravi, Rezvani y Wiewiora han identificado varias tecnologías que contribuyen a mejorar los niveles de conexión de las personas, especialmente de las mayores pero también inter-generaciones, mejorando además la calidad de vida: tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en general, videojuegos, robótica (PARO, AIBO), sistemas de información de recordatorio personal, teleasistencia y entornos virtuales 3D.
Más aún, estos beneficios aumentan para aquellas personas en mala situación económica que suelen experimentar una pobre salud física y mental y que por tanto tienen alto riesgo de padecer soledad, como documentó la ONG británica WaveLength en colaboración con la Universidad de York (Everyday technology fighting loneliness).
No cabe duda de que existen barreras importantes para la implantación y acceso a estas tecnologías, incluidas la pobreza, la carencia de banda ancha, la necesidad de entrenamiento y soporte y el mismo miedo a la tecnología.
El desafío es desarrollar estas tecnologías de un modo inclusivo y participativo, alineadas con el modelo europeo de investigación e innovación responsables (RRI) y que favorezcan la apropiación social de las mismas en términos de lo que se ha denominado “tecnologías entrañables”: abiertas, versátiles (interoperables), controlables, comprensibles, sostenibles, respetuosas con la privacidad, centradas en las personas y socialmente responsables (con especial cuidado de los colectivos más desfavorecidos). De ese modo, se generarán entornos tecnológicos “amigables”, que no aíslen del mundo fuera de línea ni de nuestro cuerpo, y que ayuden a superar la soledad no deseada mediante un incremento de la conexión social que sí contribuye efectivamente a la vida comunal. Esto es, Comunidad y Tecnología frente a la Soledad.
Txetxu Ausín Díez, Científico Titular de OPIS en el grupo de Estudios Lógico-Jurídicos (JuriLog) del Departamento de Filosofía Teorética y Filosofía Práctica del Instituto de Filosofía del CSIC
Este artículo se publico el Diario Vasco el 02/06/2020.