Una mirada a la ética de la tecnología

Txetxu Ausín, Aníbal Monasterio Astobiza, Mario Toboso, Manuel Aparicio, Ricardo Morte y Daniel López (proyectos INBOTS y EXTEND, CSIC)

Imagen de rony michaud en Pixabay 

Robots, replicantes, autómatas, androides… son algunos de los distintos nombres que han recibido las máquinas auto-móviles. De las estatuas animadas e ingenios hidráulicos del Medievo al pato de Vaucanson, pasando por los mitos griegos que imaginaban vidas artificiales,  los robots y estatuas autopropulsadas han cautivado la imaginación y alimentado miedos ante la posibilidad de crear inteligencia y vida artificial. Hoy en día la tecnología soñada por mitos y buscada por proto-ingenieros de varias épocas ya es posible.

La robótica, término acuñado por el científico y escritor de ciencia ficción Isaac Asimov, investiga científicamente el diseño y la construcción de robots. La robótica y las interfaces cerebro-máquina forman parte de esas tecnologías disruptivas que se están desarrollando a gran velocidad y cuyo potencial de transformación de la sociedad es enorme. A la vez que abren prometedoras oportunidades en ámbitos como la medicina, el trabajo, los cuidados, la administración… plantean importantes interrogantes éticos, jurídicos y políticos. En el proyecto INBOTS un grupo de expertos éticos del Instituto de Filosofía del CSIC, la Universidad de Viena, La Universidad de la Ciudad de Dublín o ETH entre otros, están abordando cuestiones como qué ética se precisa para este nuevo escenario, cómo desarrollar unas tecnologías inclusivas, sostenibles y socialmente responsables, en qué sentido afectan estas tecnologías disruptivas a la propia auto-comprensión de los seres humanos, o qué consecuencias tendrán sobre el mercado laboral, entre otras. Porque los robots ya no son protagonistas de mitos antiguos o del folclore popular, ni tampoco objeto exclusivo de tratamiento por parte de la ciencia ficción y el cine.

Cada año, 1,25 millones de personas mueren en un accidente de tráfico, siendo más del 90% de ellos provocados por un error al volante.

En los próximos 20 años, un 38% de los trabajos actuales serán automatizados, de forma que podremos liberarnos de las tareas más tediosas y dedicar nuestro tiempo a labores más creativas. Cada año, 1,25 millones de personas mueren en un accidente de tráfico, siendo más del 90% de ellos provocados por un error al volante, los coches autónomos reducirán esta cifra y serán más ecológicos. La robótica permitirá dar un salto de la asistencia a la rehabilitación, aumentando la autonomía de las personas con diversidad funcional. Los robots sociales podrán ayudarnos a combatir la soledad no deseada, en un mundo en el que cada vez se practica menos sexo, los robots pueden aumentar el bienestar y el placer, ampliando la experiencia sexual e incluso mejorando las relaciones íntimas entre humanos.

Pero… ¿Dejaremos de interactuar entre nosotros si la experiencia resulta placentera? Además de reproducir estereotipos, ¿la robótica sexual fomentará la cultura de la violación a través de fantasías? ¿Acabaremos delegando el cuidado de nuestros mayores en sistemas robóticos autónomos? Si desarrollamos estrechos vínculos emocionales con ellos, ¿generarán dependencia o podrán manipularnos? Dado que la brecha de género en profesiones STEM continúa siendo elevada, ¿dominará la robótica del futuro una visión no inclusiva? ¿Habrá espacio para la reflexión de las humanidades y las ciencias sociales? ¿Nos enfrentaremos a escenarios en los que decisión de matar a una persona esté a cargo de armas letales autónomas? En caso no poder evitar un accidente y si un coche autónomo tuviera que decidir entre la vida y la muerte de una persona, ¿a quién debería salvar y a quién sacrificar? ¿Sobre quién recaería la responsabilidad? ¿Será posible recolocar a las personas cuyos puestos de trabajo se automaticen o estarán condenadas a la irrelevancia? ¿Realmente dispondremos cada día de más tiempo libre?

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Los robots nos colocan ante un espejo en el que mirarnos y aprender de nuestras propias luces y sombras

Los robots -desde las primeras conceptualizaciones antes de que la tecnología los hiciera posible- nos han preocupado porque nunca hemos tenido claro si nos servirían de ayuda o supondrían una amenaza. La posibilidad de crear vida e inteligencia artificial nos confronta con nosotros mismos. Los robots nos colocan ante un espejo en el que mirarnos y aprender de nuestras propias luces y sombras. De la misma forma que nos prometen grandes beneficios, también pueden tener consecuencias desastrosas. Crear vida e inteligencia artificial puede ayudarnos porque podemos tratar a los robots como “esclavos” para que hagan tareas que nosotros mismos no queremos o no podemos hacer -pensemos en robots y sondas espaciales o en robots que cuidan y asisten a nuestros mayores. Pero al mismo tiempo, el uso generalizado de robots o sistemas artificiales y su percepción como agentes o actores sociales pueden transformar nuestras relaciones humanas (ya hay documentados casos en los que un miembro de un matrimonio habla más con su asistente virtual, del tipo Siri, que con su pareja).

Aspiramos a definir una robótica inclusiva -de la gente, por la gente y para la gente- que tenga en cuenta principios éticos como la no maleficencia, las buenas consecuencias, la autonomía y la justicia y que aborde situaciones como la vulnerabilidad, la dependencia, el cuidado o la diversidad funcional. Una robótica inclusiva solo puede alcanzarse si la industria y la investigación establecen colaboraciones y diálogo con otras disciplinas como la filosofía, el derecho, la antropología, la medicina o la economía. Solo así construiremos un nuevo contrato social y una sociedad más justa donde convivamos seres humanos y máquinas, que cada vez más forman parte de nuestra vida. Empecemos el debate público.

Inteligencia Artificial y robótica: ¿Amenaza u oportunidad?

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